lunes, 22 de diciembre de 2008

SENTIMIENTO Y EMOTIVIDAD


Muchos de nosotros observamos que al ofrecer una noticia, algunos medios de información traspasan a veces los límites de la decencia.

Eso se observa en la “información del corazón” y en algunos espacios televisivos que se ensañan en el dolor de la persona. Ya es sintomático que se llamen “reality shows”: espectáculos de la realidad.

Hay programas que pretenden solucionar graves problemas como una crisis matrimonial. Las grandes crisis de la convivencia no se superan con el fácil expediente de preparar la sorpresa de un encuentro ante las cámaras, de propiciar un abrazo y provocar unas lágrimas más o menos sinceras.

En muchos programas de televisión se confunde el sentimiento con la emotividad. El sentimiento es noble y se manifiesta en un compromiso personal concreto. La emotividad, en cambio, es pasajera y espectacular. Es muy fácil provocarla, jugar con ella y olvidarla.

Algo parecido ocurre con motivo de una gran catástrofe. En ese caso el protocolo está ya diseñado de antemano. Se buscan personas particularmente afectadas por la desgracia y se les arrancan confesiones que puedan tocar las fibras más hondas del alma. A fin de cuentas, se sacan a la luz los sentimientos de las víctimas para excitar la sensibilidad de los espectadores. El dolor humano se convierte en espectáculo. Y en el espectáculo se busca la rentabilidad.

Pero los fines perseguidos, por nobles que sean, no justifican cualquier medio empleado. Esa operación mediática es una violación de la intimidad de las personas. Los medios de comunicación pretenden ser fieles a la noticia, pero con alguna frecuencia la manipulan de forma que las emociones de las personas salgan a la superficie. Y efectivamente, la emotividad es superficial y epidérmica, mientras que los sentimientos son profundos.

Los sentimientos no deberían convertirse jamás en objeto de espectáculo. Violar los sentimientos de las personas es traspasar unos límites sagrados. Con ello se objetiviza a la persona, se la instrumentaliza, se la convierte en mercancía, La persona deja de ser mirada como un fin para convertirla en un medio.

Con ello se trivializa a la misma persona, sus reacciones y sus relaciones. Se la profana. No se tiene en cuenta el valor ético de la “piedad” hacia la persona que sufre. Pero de esa forma sólo se contribuye a crear un mundo “despiadado”. Así no se humaniza a la sociedad, sino que se la deshumaniza. Al herir a la persona se envenena la convivencia.

Es urgente educarnos para descubrir la dignidad de las personas y para poner en práctica el respeto que se debe a cada una.

José-Román Flecha

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