lunes, 22 de diciembre de 2008

INTEGRACIÓN DE LOS INMIGRANTES


La inmigración es hoy uno de “los signos de los tiempos”, que atrae la atención de creyentes y no creyentes, de los representantes de las instituciones internacionales, de los gobiernos y de las organizaciones no gubernamentales.

Ante este fenómeno, se repite con frecuencia la palabra “integración”. Ante los modernos flujos migratorios, la integración se considera un derecho de los inmigrantes mientras que al país de acogida corresponde el deber de facilitarla.

La integración de los inmigrantes no puede equivaler a un proceso de uniformización cultural. Nadie está autorizado para arrasar la cultura de los demás. La familia tiene derecho a educar a los suyos de acuerdo con sus valores, siempre que éstos no supongan un atentado contra la dignidad de la persona ni contra el bien común.

Por otra parte, el respeto a la lengua y cultura de los inmigrantes no exime a la sociedad de acogida de articular los medios para ofrecerles los instrumentos culturales necesarios para integrarse en ella. En este caso, tan injusto es imponer la lengua del país que acoge como no ayudar a los inmigrantes a aprenderla y usarla adecuadamente.

De todas formas, la experiencia histórica de las dificultades con las que siempre contó la pretendida convivencia de las tres grandes religiones en España así como la problemática integración del pueblo gitano deberían ayudarnos a no caer en un ingenuo optimismo.

Si la migración es hoy uno de los “signos de los tiempos” que más fuertemente interpelan a la sociedad, la integración de los inmigrantes parece una preocupación inevitable para la administración y para las organizaciones sociales, para los ciudadanos y para los cristianos.

La integración de las familias de los inmigrantes y los refugiados ha empeorado con respecto al pasado. Es preciso fomentar el respeto a la mujer y redescubrir el verdadero valor del amor. Es necesario asegurar a las familia un alojamiento digno. “A los refugiados se les pide que cultiven una actitud abierta y positiva hacia la sociedad que los acoge, manteniendo una disponibilidad activa a las propuestas de participación para construir juntos una comunidad integrada, que sea “casa común” de todos”.

La nueva realidad de la inmigración está exigiendo de todos un nuevo esfuerzo para entender las posibilidades y riquezas de una sociedad intercultural. Es urgente aprender a dialogar.

Pero es sobre todo en el servicio de la solidaridad y de la caridad donde puede hacerse efectivo el encuentro intercultural e interreligioso. El pluralismo multicultural que se observa en nuestra sociedad es visto ya por muchos como un desafío a los valores occidentales que se tenían por incuestionables hasta ahora.

La nueva situación está exigiendo una conversión de nuestras actitudes personales, pero también una urgente y profunda reforma de nuestras estructuras, tanto sociopolíticas cuanto eclesiales.

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